La decadencia de la Orden Templaria

La decadencia del Temple no se inició en 1307, con la detención y proceso de sus miembros, sino que ya mucho tiempo antes la Orden atravesaba una degeneración religiosa y acumulaba una riqueza institucionalizada por la conversión de los Templarios en el primer sistema multinacional bancario de su tiempo, además de poseer un poder inmenso, en parte relacionado con esa riqueza, tanto en la política del reino de Jerusalén como en Occidente. Ni la decadencia religiosa, ni la riqueza ni el poder figuraban en las sucesivas reglas de la Orden del Temple.


Tras la caída de San Juan de Acre, el último bastión cristiano de Tierra Santa, en 1291, (y si exceptuamos la isleta encastillada de Ruad, tres kilómetros mar adentro al suroeste de Tortosa, que resistió hasta 1303) la Orden había perdido su horizonte en Ultramar. Se había quedado sin misión, no servía para nada, o como se insinuaba, no era cosa de ese tiempo sino del pasado. Cierto que el Temple había intentado establecer de nuevo una cabeza de puente en Palestina o Siria, pero había fracasado, al contrario que el Hospital, que se apoderó de la isla de Rodas para organizar en ella una base avanzada y, lo que era más importante, soberana.

De momento intentaron establecerse en Chipre, donde ya se encontraban los Hospitalarios. Entonces optaron por viajar a Francia, olvidando que España y Portugal, lo mismo que Inglaterra, eran lugares donde su situación hubiese sido mucho mejor.

Se fijaron en París porque allí contaban con un importante patrimonio, unos valiosos edificios, y sobre todo, debido a que siempre se habían sentido francos por los orígenes de sus fundadores y por la mayoría de ellos, naturales de Francia.Ese error de dejar primar el "amor a la patria" por encima de sus intereses materiales y religiosos fue la causa de sus perdición, si bien es cierto que en ese tiempo quizá fuera casi imposible de ver. Pero la verdad es que su situación en el país galo ya no era la misma. Por culpa de las manipulaciones de los consejeros de Felipe IV, el gobierno de Francia había quedado bajo el dominio de los caprichos del monarca, pero los miembros del Temple seguían considerándose muy poderosos, ya que todo el tesoro de la corona francesa se encontraba bajo la tutela de los banqueros de la Orden, a la vez que sus propias riquezas lo triplicaban. Una situación que, en apariencia, invitaba a no sentir ningún temor por el futuro. Pero esta riqueza suponía un peligro para Felipe IV, quién temía que los Templarios, al igual que los Hospitalarios en Chipre y los Teutones en Alemania, aspirasen a fundar su propia soberanía francesa. Son significativas, en este aspecto, las palabras del gran historiador Michelet: "Llegaron a Francia siendo portadores de un inmenso tesoro, compuesto de ciento cincuenta mil florines de oro y diez mulos cargados de plata. ¿Qué se proponían conseguir en tiempos de paz con tantas fuerzas y riquezas? No existía otro país en el que contasen con mayor número de plazas fuertes, además se hallaban unidos a casi todas las familias de la nobleza..."

Ramón Llull, religioso y noble mallorquín, uno de los intelectuales más originales y cultos de la Cristiandad, propugnaba con fuerza la idea de una nueva Cruzada, para reconquistar los territorios perdidos, a sabiendas además que los mongoles pro-cristianos que hostigaban a los árabes por oriente, no verían con malos ojos una alianza con los cristianos occidentales. Pero la idea del filósofo se basaba, sobre todo, en la creación de una nueva Orden militar, que saldría de la fusión de la Orden del Temple y la del Hospital. Para ello Llull se entrevistó con Jacobo de Molay, el maestre del Temple, en 1301 en Limassol y Famagusta, mientras los Templarios permanecían en Chipre, para que éste considerase la idea. Este plan, asumido luego como propio por Felipe IV y pretendido también por Clemente V, quien se lo propuso nuevamente a Jacobo de Molay en 1306, siempre encontró la firme oposición del Maestre Templario, que se negó en redondo. Ramón Llull se encontró que mientras los Hospitalarios trataban de reorganizarse, construyendo hospitales y acondicionando fortalezas, los Templarios habían perdido la fe en si mismos, resignándose a un futuro que no veían muy prometedor en Ultramar. Cristo, decían, les había abandonado mientras parecía favorecer a los musulmanes. La última época del Temple en Tierra Santa estuvo jalonada por gloriosas derrotas, al contrario que las épocas anteriores.

Sin embargo esa pérdida del favor divino no había llegado sin culpa del Temple. Los "Pobres Caballeros de Cristo" ya no lo eran. La Orden había acumulado riquezas enormes tanto en Occidente como en Próximo Oriente. Ofrecían seguridad a sus clientes pero contra la firme doctrina de la Iglesia, en toda aquella época prestaban dinero a interés, que además cobraban por adelantado. El Banco del Temple y su Marina habían tendido toda una red comercial que estableció tupidas relaciones con los estados europeos y los musulmanes. Esta actividad financiera de los Templarios con Damasco y Egipto, por citar un par de ejemplos, condicionaba gravemente la estrategia de la Orden, impedía u obstaculizaba su principal finalidad, la lucha contra los infieles, subordinada su actividad militar a sus intereses mercantiles y bancarios.

"No se puede servir a dos señores" había dicho el Evangelio; el servicio de Dios era incompatible con el que se prestaba al dios de las riquezas, Mammon. La Orden del Temple prestaba muchas veces servicio a Mammon y los Templarios lo sabían.

La sobreabundancia de dinero representaba para el Temple un estímulo más para su participación cada vez más intensa en el poder y en la lucha por el poder. Los Templarios participaban con espíritu partidista en las disensiones internas que llevaron al Reino de Jerusalén a la ruina. También actuaron en el primer plano de la política occidental, donde trataban de mantener un cada vez más difícil equilibrio entre su condición de Milicia de San Pedro, ejército del Papa y su lealtad a cada una de las Coronas en cuyo territorio operaban y en cuyas cortes desempeñaban puestos importantes como consejeros y banqueros. Cuando el poder pontificio y el poder real entraban en conflicto a muerte, como ocurrió en los casos del Papa Bonifacio VIII o en el conflicto con los cátaros, las tensiones provocadas afectaron decisivamente a la supervivencia de la Orden del Temple. Se habían situado fuera del juego religioso, operaban en terrenos diferentes y ajenos a su vocación.

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